El naranja del cempasúchil ilumina la memoria, el morado invoca el duelo, y el papel picado flota como si el viento contara historias de otro tiempo.
Para mí, esa tradición no debe permanecer estática: debe respirar en la era digital.
Siempre he sentido que el diseño es una forma de continuar los rituales con nuevos lenguajes visuales.
El papel picado de hoy puede brillar en pantallas. La esencia sigue ahí; solo cambia el soporte.
Tradición y tecnología: un mismo pulso
Mi trabajo ha estado dedicado a explorar la relación entre la cultura mexicana y la estética contemporánea.
Todo parte de una pregunta que me acompaña desde hace años:
¿cómo mantener viva una tradición sin convertirla en cliché?
De esa búsqueda nace mi propuesta visual: una fusión entre el simbolismo ancestral del Día de Muertos y los recursos del diseño digital.
Juego con tipografía intervenida, luces de neón, animaciones en movimiento y texturas tridimensionales que reinterpretan el papel picado o las calaveras de azúcar.
No busco oponer lo tradicional a lo moderno, sino reconciliarlos.
Transformo la nostalgia en innovación.
Creo firmemente que el arte popular mexicano puede habitar el mundo digital sin perder su alma.
Del papel al píxel
El papel picado es, para mí, la metáfora perfecta de mi proceso creativo.
Antes, el diseño se tallaba con navajas sobre papel de seda; ahora lo “corto” con trazos vectoriales sobre pantallas retroiluminadas.
El soporte cambia, pero el gesto es el mismo: una celebración de lo efímero.
Siempre digo, medio en broma y medio en serio, que el papel picado es código binario antes del binario.
Es diseño en negativo: todo lo que cortas revela lo esencial.
Lo digital funciona igual: luz y vacío, lleno y sombra.
De esa idea surgen mis composiciones: fondos oscuros con destellos eléctricos, patrones de cempasúchil reconstruidos en glitch, catrinas formadas por píxeles en movimiento.
La tradición se vuelve interfaz; el altar, pantalla.
El color como puente emocional
El color es el hilo que une lo artesanal con lo tecnológico en mi trabajo.
Tomo los tonos de la festividad —naranja, violeta, fucsia, dorado— y los traduzco al lenguaje del RGB.
El resultado es una estética luminosa, vibrante y contemporánea que conecta la nostalgia del altar con la inmediatez de la pantalla.
El color mexicano tiene vida propia. No necesita filtros, solo reinterpretación.
Y es justamente esa reinterpretación lo que define mi propuesta: no imito la tradición, la reimagino.

