Cada vez que ilustro criaturas como esta, siento que estoy entrando en una zona de mi mente que rara vez visito: un territorio donde la oscuridad no asusta, sino que intriga; donde lo desconocido no amenaza, sino que invita. Esta figura gigantesca que parece deslizarse entre las sombras del agua nació de un impulso casi instintivo, como si hubiera estado esperando desde hace tiempo a ser revelada, paciente, escondida en algún rincón de mi imaginación.
Mientras trazaba sus contornos, me di cuenta de que no quería que fuera un monstruo evidente. No buscaba crear terror gratuito ni una bestia diseñada solo para intimidar. Lo que realmente quería era capturar esa sensación de misterio profundo, esa tensión silenciosa que sentimos cuando miramos hacia un abismo y sabemos que hay algo ahí, aunque no lo veamos del todo. Y así, poco a poco, entre manchas de azul oscuro y destellos fríos de luz, esta criatura comenzó a surgir con su mirada tenue, como si estuviera estudiando el mundo desde una distancia prudente.
Lo que más me fascina es la ambigüedad que quedó en la ilustración. No sabemos si la criatura avanza o simplemente observa; si es un depredador o un ser que lleva siglos desplazándose por las profundidades sin intención de interactuar con nadie. Su forma serpenteante parece sugerir antigüedad, como si hubiera sido testigo de cosas que ya olvidamos, como si cargara historias enterradas bajo capas de agua y tiempo. Y eso me encanta, porque le da un aire casi mítico, como si pudiera pertenecer a un cuento antiguo o a una leyenda marina que nunca terminamos de descifrar.
La luz que se filtra desde la superficie, iluminando apenas la parte frontal de su rostro, crea una tensión que me atrapó desde el primer momento. Esa chispa en su ojo —esta mezcla de inteligencia y calma predatoria— le da vida sin necesidad de mostrar dientes, sangre o violencia. Es la presencia en sí lo que impone, la certeza de que algo enorme respira en un entorno donde nosotros apenas podríamos sobrevivir unos minutos.
Al terminar la ilustración, me quedé un rato observándola, como hago siempre que una imagen nace con más preguntas que respuestas. Me di cuenta de que esta criatura, más que una amenaza, representa ese lado misterioso que todos llevamos dentro. Esa parte que prefiere las profundidades, que evita la luz directa, que contempla en silencio. Y tal vez por eso la pieza me gusta tanto: porque no solo retrata a un ser imposible, sino que también captura un sentimiento real, casi humano, que suele permanecer oculto.


