La ciudad que se enciende cuando llega diciembre

Cada vez que camino por el Centro Histórico en diciembre, siento que la ciudad se transforma en un escenario donde todo —absolutamente todo— parece estar dispuesto para recordarnos que todavía sabemos sorprendernos. Esta fotografía la tomé en uno de esos momentos en los que el corazón de la ciudad late más fuerte: cuando las luces navideñas cubren los edificios y una piñata monumental flota sobre la calle como si fuera un símbolo de alegría suspendido en el aire.

La piñata, con sus colores intensos y casi eléctricos, parece tener vida propia. Es imposible mirarla sin sentir ese impulso infantil de querer correr hacia ella, como cuando éramos niños y creíamos que el mundo entero cabía dentro de un par de dulces y un canto animado. Verla colgada sobre la avenida, iluminada con miles de pequeños puntos de luz, me hizo pensar en lo increíble que es que una tradición tan sencilla se haya convertido en un espectáculo que puede detener el paso de cualquiera, aunque sea por unos segundos.

Mientras tomaba la foto, me quedé observando cómo la luz se reflejaba en las fachadas antiguas, cómo los colores vibraban sobre la piedra y cómo la gente caminaba debajo sin darse cuenta de que estaban siendo parte de una escena que podría pertenecer a cualquier postal navideña. Hay algo hermoso en esa mezcla de lo cotidiano con lo extraordinario: una calle que recorremos mil veces al año, pero que en diciembre se viste con un brillo que la vuelve irreconocible.

Los edificios parecían acompañar a la piñata, como si también quisieran participar del festejo. Las flores luminosas en las paredes, las luces cálidas que caen desde los arcos, los destellos que parpadean sobre la calle… todo se une para crear una atmósfera que solo la Navidad logra materializar. Una especie de magia urbana que no necesita nieve ni villancicos para sentirse verdadera.

Al mirar la imagen después, me di cuenta de que lo que más me gusta de estas decoraciones no es su tamaño ni su perfección técnica, sino la manera en que encienden algo en nosotros. Nos llevan al pasado, nos recuerdan las posadas, las risas, las tradiciones, los juegos; nos regresan a un tiempo en el que la Navidad no era estrés ni compras, sino un motivo para reunirnos y compartir.