Nunca pensé que una ardilla pudiera mirarme con tanta intensidad mientras estaba literalmente suspendida en el aire, a mitad de un salto fallido o de una acrobacia que, siendo honesto, creo que ni ella misma tenía muy clara. Pero así fue. Y esta fotografía que capturé —más por suerte que por técnica, hay que admitirlo— se convirtió en uno de esos instantes en los que la naturaleza decide regalarnos un momento tan absurdo que lo único que podemos hacer es reírnos.
La pequeña venía corriendo por una rama con esa seguridad que solo tienen los animales que creen tenerlo todo bajo control. De pronto, un resbalón minúsculo, casi imperceptible, cambió el rumbo de su hazaña. Y ahí quedó: flotando en el aire con las patas abiertas de par en par, como si estuviera tratando de detener el tiempo a manotazos. Su expresión… bueno, no sé si una ardilla puede pensar “¿qué diablos acaba de pasar?”, pero si alguna vez una lo pensó, fue esta.
Lo mejor de todo es que la escena no se siente trágica en absoluto. Hay una especie de dignidad adorable en su intento fallido de saltar, como si estuviera dispuesta a fingir que todo estaba bajo control aunque la realidad dijera lo contrario. Mientras tomaba la foto, no pude evitar imaginar que en su mente sonaba una fanfarria épica justo antes del tropezón, y luego un silencio incómodo cuando la gravedad le recordó quién mandaba.
El fondo verde suave y las gotas suspendidas a su alrededor hacen que el momento parezca casi coreografiado, como si ella hubiera contratado un sistema de efectos especiales para hacer su caída más dramática. Pero no: todo es natural, espontáneo y maravillosamente ridículo. Me gusta pensar que ahí, escondida entre esos segundos congelados, hay una lección involuntaria sobre la vida. Porque todos, absolutamente todos, hemos tenido ese instante ardilla: ese momento en el que damos un paso con total confianza… y el universo nos dice “ah, ¿sí?”.
Ver esta fotografía me arranca una sonrisa cada vez. No hay solemnidad, no hay simbolismos profundos (aunque si quisiera, seguro podría inventarme alguno). Lo que hay es una ardilla sorprendida en el aire, un fotógrafo afortunado detrás de la cámara, y un recordatorio de que incluso en la naturaleza —donde todo parece tan perfecto y armónico— también existen los tropiezos, las caídas poco elegantes y los gestos que nos hacen más humanos, incluso si vienen de una ardilla.


