El Buen Fin y la multitud que ya parece parte del paisaje

Foto del Buen Fin - Carlos Prats García

Tomé esta fotografía durante el Buen Fin, y mientras la capturaba me di cuenta de algo que cada año parece repetirse como si fuera parte de un ritual colectivo: la multitud se vuelve una especie de océano humano que avanza sin realmente avanzar, que mira pero no siempre ve, que compra sin saber si necesita, empujado más por la emoción del momento que por una verdadera intención. Ver a tanta gente junta, casi hombro con hombro, me dejó esa mezcla rara entre asombro, cansancio y una pizca de pregunta existencial que siempre aparece cuando observo estas escenas desde detrás de la cámara.

Lo curioso es que nadie parece realmente incómodo. O por lo menos no tanto como debería. Hay algo en estas temporadas que nos hace tolerar colas infinitas, empujones, calor, ruido y el típico murmullo constante que se vuelve parte del ambiente. Todos avanzan con sus chamarras gruesas y sus bolsas de compras, como si estuvieran participando en una coreografía espontánea que se repite año tras año. Es casi hipnótico ver cómo la gente se mueve entre los pasillos repletos, se detiene frente a un perfume, discute sobre una oferta o simplemente vaga sin rumbo entre vitrinas iluminadas.

Mientras hacía la foto, pensé también en lo fácil que es que estas escenas nos devoren. En un momento estás observando de lejos y al siguiente ya formas parte de la misma masa que intentabas capturar. Es como si el Buen Fin tuviera una fuerza propia, un imán hecho de descuentos, anuncios brillantes y la idea de que ahora sí, “este año encontramos la oferta perfecta”. Y en ese torbellino, cada persona tiene su propio pequeño mundo: alguien busca un regalo, otro compara precios, otro solo quiere distraerse, otro ni sabe por qué vino pero ya tiene cosas en la mano.

Aun así, no pude evitar notar una cierta desconexión, una especie de prisa silenciosa que recorre los rostros. La gente camina rodeada de miles de personas y aun así parece sola en su propio pensamiento. Esa paradoja siempre me llama la atención. Tal vez por eso esta fotografía me gusta: porque captura esa mezcla entre caos y rutina, entre multitud y soledad, entre ruido y silencio interior. Muestra exactamente cómo se siente caminar en estas fechas: como ser parte de un río que fluye aunque no sepa muy bien hacia dónde.

Al final, el Buen Fin es un reflejo claro de lo que somos como sociedad de consumo: impulsivos, emocionados, cansados, pero también humanos, tratando de encontrar algo —una oferta, un regalo, una excusa— que nos haga sentir que vale la pena estar ahí. Y aunque a veces lo olvide entre empujones y pasillos llenos, fotografiar estos momentos me recuerda que también en el desorden hay belleza, y que incluso dentro de una multitud inmensa, siempre hay historias individuales esperando ser contadas.