Cuando la familia se convierte en horizonte: Por Carlos Prats García

Esta ilustración que hice nació de un impulso muy simple: querer capturar ese momento en el que la familia se convierte en una sola silueta frente al mundo, un bloque de sombras que avanza unido hacia lo que sea que traiga el día siguiente. Quise plasmar ese instante en el que el sol se esconde o se levanta —no importa cuál de los dos sea, porque ambos parecen decir lo mismo—: aquí estamos, juntos, y eso basta por ahora.

Mientras trabajaba en las figuras, me sorprendió lo fácil que es transmitir emociones con tan poco. Una línea curva, una mano extendida, la altura de cada cuerpo… y de pronto la imagen empieza a contar su propia historia. Me di cuenta de que las siluetas permiten algo muy poderoso: cualquier persona puede verse ahí. No hay rostros, no hay identidades cerradas, no hay edades exactas. Solo la esencia. Y en esa esencia cabe cualquier familia, con toda su complejidad y su ternura.

El fondo anaranjado, casi líquido, me ayudó a darle ese tono nostálgico que buscaba, como si el tiempo se detuviera un momento para dejarnos respirar. Hay algo en los atardeceres —o amaneceres— que parece invitar a mirar atrás y adelante al mismo tiempo. Para mí, esa mezcla de luz cálida y sombras profundas es una metáfora perfecta de lo que significa crecer en familia: una combinación constante de claridad y misterio, de certezas y dudas, de pasos firmes y tropiezos compartidos.

Mientras terminaba la ilustración, pensé mucho en la forma en que caminamos acompañados. A veces con alegría, otras con cansancio, otras sin saber muy bien hacia dónde. Pero caminamos. Y eso es lo que quise capturar: ese movimiento silencioso que une, ese pequeño universo que se forma cuando una familia avanza unida bajo un cielo que parece inmenso pero no intimidante.

Me gusta imaginar que quien vea esta imagen podrá proyectar ahí su propia historia. Tal vez recordará un viaje, una tarde especial, o simplemente el hecho de haber caminado alguna vez junto a quienes ama sin necesidad de decir nada. Porque hay silencios que abrigan más que cualquier palabra, y creo que esta ilustración guarda un poco de esos silencios.

Al final, lo que más disfruto de este trabajo es que me recuerda algo sencillo pero esencial: la familia, en cualquiera de sus formas, siempre es un horizonte. A veces luminoso, a veces nublado, pero siempre presente. Y en esa luz, en esa sombra, en ese caminar compartido, encontramos parte de lo que somos.