Puebla bajo un cielo que amenaza y abraza – Por Carlos Prats García

Iglesia de Puebla - Carlos Prats Garcia

Cuando tomé esta fotografía en Puebla, lo que más me atrapó no fue la arquitectura —que ya de por sí es suficiente para detener a cualquiera— sino el cielo que se formaba detrás, un cielo espeso, casi teatral, como si la ciudad estuviera a punto de contarnos una historia que solo se revela cuando la luz baja y el ambiente se vuelve inquietante. Ese contraste entre el color vibrante de la cúpula y la torre oscura recortada contra las nubes me obligó a disparar antes de que el momento se escapara.

La cúpula, con sus mosaicos amarillos y azules, parecía resistirse al clima, brillando con una dignidad que solo los edificios antiguos saben sostener. Cada azulejo parecía encenderse por su cuenta, como si quisiera demostrar que incluso bajo un cielo gris Puebla sigue teniendo esta capacidad de colorear la vista sin pedir permiso. Y al lado, la torre se levantaba como una sombra solemne, un monolito que guarda silencios y campanadas, con esos detalles iluminados en rojo que casi la hacen parecer viva, respirando, latente en medio de la tormenta.

Había algo casi cinematográfico en ese momento. Las nubes bajas avanzaban con pesadez, y junto con ellas se movía una sensación de expectación: la ciudad se preparaba para la lluvia, y al mismo tiempo parecía querer lucir sus mejores decoraciones antes de que el agua las apagara. Las fachadas desgastadas, los banderines colgando sobre la calle, el color amarillento de las paredes contrastando con el gris del cielo… todo encajaba en una especie de coreografía entre luz y sombra que solo dura unos segundos y luego se dispersa.

Fotografiar en Puebla siempre me recuerda por qué la ciudad tiene esta mezcla tan particular de historia y dramatismo visual. Aquí nada existe aislado; cada cúpula convive con una tormenta, cada torre compite con un cielo que cambia de humor a cada minuto. Y creo que por eso esta imagen me gusta tanto: porque capta ese instante en el que la arquitectura colonial no solo se muestra, sino que parece enfrentarse al clima, sosteniendo su identidad mientras el cielo amenaza con tragarse los colores.

Cuando veo la foto ahora, siento que guarda esa tensión eléctrica de los minutos previos a la lluvia, cuando el aire se llena de un silencio que no asusta, pero sí avisa. Es Puebla en su estado más puro: hermosa, intensa y completamente viva incluso cuando las sombras se adueñan del panorama. Y para mí, eso es lo que hace que valga la pena estar siempre atento con la cámara en la mano.